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Taittinger Prestige Rosé, un gran Champagne rosado para el fin de fiesta

El Taittinger Prestige Rosé (66 euros) destaca de inmediato por su capa intensa y tornasolada de color, cuyo secreto se encuentra en su elaboración: un ensamblaje rosado que incorpora un 15% de vino tinto tranquilo, obtenido de los mejores Pinots Noirs de la Montaña de Reims y los Riceys. Este vino se añade al ensamblaje final, otorgando a esta cosecha su color incomparable y una intensidad vibrante en boca. La firma de los champagnes Taittinger se caracteriza por la elegancia y delicadeza aportada por la fuerte proporción de Chardonnay (30%) en este ensamblaje.

La capa, intensa y brillante, es de color rosa vivo. Las burbujas son finas. La espuma es persistente. La nariz es amplia y expresiva y a la vez fresca y joven. Desprende aromas de frutos rojos (frambuesas salvajes recién trituradas, cereza, grosella negra). En boca se desvela un sutil equilibrio entre aterciopelado y cuerpo. Los sabores recuerdan frutos rojos frescos y crujientes. Cuatro palabras aparecen en el paladar: vivo, afrutado, fresco, fogoso como sólo puede permitirlo un rosado de ensamblaje.

Taittinger Prestige Rosé se presta a degustaciones tanto al inicio como al final de una velada. Deliciosamente perfumado para un aperitivo, puede acompañar a un postre compuesto de frutas (tarta, ensalada, gratén de frutos rojos). 

El compromiso de un nombre

La familia Taittinger, a la cabeza de la casa desde hacer casi un siglo, tiene un objetivo: conseguir la excelencia. «Tener el nombre familiar en una botella supone responsabilidad y exigencia en cada momento. Esta firma ha sabido gestionar las habilidades y el conocimiento del pasado y el compromiso del mañana al mismo tiempo», afirma Pierre-Emmanuel Taittinger. Un compromiso que encarna desde hace 40 años y que comparte hoy en día con su hijo Clovis y su hija Vitalie, que desde enero de 2020 es la presidenta de la Maison.

Las cavas Taittinger, situadas bajo la abadía de San Nicasio, destruida durante la revolución francesa, fueron excavadas durante la época galorromana y ampliadas por los monjes durante el siglo XIII para guardar los vinos de champaña que comercializaban los benedictinos. Hoy son Patrimonio de la Humanidad.

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