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ENTREVISTA: Padre Ángel

Ha hecho popular su estampa algo desaliñada con corbata roja sin anudar del todo y una bufanda también roja, reforzadas con una sonrisa beatífica. Párroco de la iglesia madrileña de San Antón, convertida en centro social y abierta para los necesitados las 24 horas del día, y no siempre bien recibido por la curia eclesiástica, es el Padre Ángel García Rodríguez (Mieres. Asturias. 1937), responsable intelectual de la ingente labor desarrollada por la ONG Mensajeros de la Paz, creada en Asturias en 1962 como la Cruz de los Angeles, Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1996, hoy presente en más de 50 países.

Texto: Luis Ramírez. Fotos: María Lucas y Mensajeros de la Paz

Nos hemos reunido con este sacerdote inquieto e hiperactivo, siempre con la maleta preparada, una fría mañana de invierno en uno de sus Robin Hood madrileños, los restaurantes sociales en lo que ofrece “una comida digna” a los desfavorecidos. El menú consiste, como a ellos les gusta decir, en «un primer plato de amistad, un segundo de dignidad y un postre de compañía», pero también incluye buenos productos y recetas de cocina popular española. Y, con el buen ritmo que impone el Padre Ángel a su vida, hemos hablado de gastronomía y hambre, sobre el placer y la necesidad, sobre la singularidad de relacionarse con los más pobres del planeta y de apoyarse para su tarea en los mejores chefs del mundo. “Será que tienen mala conciencia porque su comida casi siempre es para ricos”, nos desvela con una sonrisa pícara.    

¿Qué recuerdos tiene de su infancia, Padre, relacionados con la comida? Muchos, los niños siempre tienen muchos recuerdos asociados a las cosas de comer y más cuando, como en mi caso, fui un niño que pasó hambre y frío, porque en aquellos años de mi infancia en Mieres, casi nunca podíamos repetir. Pero había cosas peores, porque el pan a veces lo mojábamos con el agua que caía de los tejados para hacerlo comestible. Cuando había cocido con chorizo y tocino era para mi padre, al ser quien trabajaba. Yo le llevaba la comida en una cesta y él me recompensaba con un trocito de chorizo que sabía a gloria. Mi padre se desprendía de lo poco que tenía para dárselo a los hijos. Yo con siete años me confesaba por robar a mi madre leche y pan.  Si bebía, se notaba el círculo de la nata y yo lo borraba con el dedo para que no se enterase. De todos modos, la comida era  algo precioso porque se trataba del gran momento del día, lo que siempre estábamos esperando. A pesar de las penurias, mi madre era gallega y cocinaba muy bien: hacía unos cocidos especiales mientras que mi padre asaba patatas en el hornillo, que sabían a gloria: yo no he comido patatas mejores, aunque se hacían en papel de periódico añadiéndoles sal.

Cocinar es un sacerdocio, sobre todo cuando se hace con pasión y devoción”

¿Qué otras recetas de su infancia se le vienen a la memoria? El arroz con leche, aunque solo se preparaba para las fiestas, como la Nochebuena, y se ponía a enfriar en la ventana. Por eso, a veces llegaba el gato y se lo comía. También los frixuelos eran maravillosos y unían mucho a la familia los domingos, cuando también había compango y pan o pan con chocolate. Pero mi madre sufría mucho para poder alimentar a sus dos hijos. Hace unos días fui a Vallecas a ver a una mamá muy insistente. Pero cuando llegué se me partió el alma, porque tenía cuatro o cinco hijos y nada en la nevera. Aquello me recordó a mi infancia, en la que no había ni nevera. Frente a lo que pensamos, aún hoy sigue habiendo muchas familias que no tienen ni para comer.

¿Cómo surgió su vocación religiosa? Pues igual que otros niños quieren ser bomberos o futbolistas, yo quería ser sacerdote. No había un ambiente especialmente religioso en mi casa. Pero sí un sacerdote muy bueno, Don Dimas. Mieres era una zona que había resultado muy castigada por la Guerra Civil y también morían muchos mineros. Aquel hombre siempre estaba pendiente de los deudos. Por eso, yo de mayor quería ser como el cura de mi pueblo, a quien ayudaba a veces como monaguillo. Quería imitarle, porque me marcó mucho tanto desde el punto de vista humano como religioso. Vestía como los curas de antaño y era un hombre que solo hacía el bien, quedándose sin comer para dárselo a los demás. Me  impresionaba mucho. Era para mí lo mismo que representa Messi para un niño de nuestra época que le guste el fútbol. Hoy en cambio hay pocos curas y demasiados obispos. No somos capaces de arrastrar vocaciones.

¿Y cuándo llegó al Seminario, que tal se comía?  Cuando llegué al Seminario de Valdediós, en Oviedo, se comía muy mal. Pasamos también mucha hambre y muy pocas veces podíamos repetir. Uno se acostumbraba a no comer; de hecho, puedo pasar bastante tiempo sin alimentos. Y quizá de aquella época procede el hecho de que yo no aprecie demasiado la comida. No me parece ninguna virtud, es un defecto no apreciarla. Admiro a quienes saben comer, saben cocinar y disfrutan comiendo. Yo no. Me limito a comer lo que me ponen. Cuando me preguntan sobre lo que quiero comer, siempre respondo que lo que haya. Pero no me parece positivo que no te guste la comida o el vino. Igual que escuchar música o leer, todo son virtudes. También me daban mucha envidia las personas que fumaban, sobre todo en pipa.

¿Cuál fue su primer destino, Padre? El Hospicio de Oviedo, donde había un montón de niños que casi no tenían nombre. Recuerdo que iban con un mandilón azul y con el pelo al cero para que no anidaran piojos. Tenía 24 años y allí creció mi vocación, acercándome mucho a la infancia. Viendo eso junto a otro compañero cura, el Padre Ángel Silva, nos perjuramos acabar con los hospicios y los internados, con esos lugares en donde los niños estaban tan tristes. Hicimos los primeros hogares hace 56 años y, poco a poco, se fueron cerrando aquellos terribles internados y hospicios. Empezamos en Asturias nuestra labor pastoral y hoy ya estamos presentes en todas las provincias españolas y en más de medio centenar de países, donde desarrollamos programas de cooperación internacional.

“En Mensajeros de la Paz hemos creído mucho en Dios y también en los hombres, mucho más que en los obispos y en los políticos”.

¿Cómo fue desarrollándose la Asociación Mensajeros de la Paz? Primero con este tipo de hogares para niños sin recursos, luego para mujeres maltratadas, para niños con Sida, para niños discapacitados, incluso para mayores con problemas o sin recursos.  Nacimos cuando no se sabía lo que era una ONG. Solo existía Cáritas. Vivia el Cardenal Tarancón y nos recomendó que mejor era desarrollar una estructura civil que una organización eclesiástica. Y tuvo razón. No teníamos nadie que nos ayudara y recuerdo que él me dio su carné de identidad, lo que contribuyó a que las cosas fueran más fáciles.

Porque sus relaciones con la curia eclesiástica no han sido siempre las mejores…Bueno, yo no tengo nada que ver con la curia. Si tuviera que ver me hubieran echado y cerrado nuestras sedes muchas más veces de lo que ya lo han hecho.

¿Cómo ha ido creciendo y desarrollándose Mensajeros de la Paz a lo largo de los años? Pues creyendo mucho en Dios y también en los hombres, mucho más que en los obispos y en los políticos. Gracias a los cooperantes, a los voluntarios y siempre tirando hacia adelante. Nuestro lema es que Vale más pedir perdón que permiso. En nuestra organización tenemos unas 53.000 personas repartidas por más de 50 paises. Solo en España, más de 3.400 trabajadores en nómina y con Seguridad Social, que cobran todos los meses, y miles de voluntarios y cooperantes que nos apoyan en todos esos países. Es una familia grande repartida en asociaciones nacionales o autonómicas.

Eso le ha obligado a viajar por el mundo y a desarrollar una actividad frenética…Sí, pero eso es lo que hace cualquier empresario, responsable de su negocio. No hacemos más que cualquier buen emprendedor y también que muchos padres para sacar adelante a su familia.

¿Y en los últimos años, ha compaginado esta actividad con su labor como párroco en la Iglesia de San Antón en Madrid? Bueno, solo en los últimos cuatro. Siempre había tenido la ilusión de mantener una iglesia abierta las 24 horas del día, pero no me la daba nadie. Con 78 años, surgió la oportunidad de San Antón, además en el centro de Madrid. Habíamos tenido otra, brevemente, en la calle Fomento pero el Cardenal Rouco nos la cerró. Ésta a ver lo que dura porque alguna asociación de vecinos de Chueca nos está haciendo la vida imposible y se han convertido en los principales opositores a nuestra labor. Son verdaderos Hijos de Satanás, porque nadie puede oponerse a que recemos, demos misericordia y ofrezcamos un café caliente.  De todos modos, en estos años todo ha ido mejor de lo que esperaba y también hemos recibido mucho apoyo y ayuda, por supuesto de los medios de comunicación. Por la Iglesia han pasado más de un millón de personas y cada día 450 desfavorecidos vienen a desayunar o a dormir a diario. Como complemento, hemos creado los Robin Hood para que cenen por la noche.

¿Cómo ha concebido este modelo de los restaurantes Robin Hood?  Creo que a base de sentido común. Un día vi que había un montón de gente en las colas de los comedores en Vallecas, pasando frio para que les dieran un bocadillo. Me pareció un disparate que en esta España nuestra ocurriera eso. Llegué y lo que hice fue quitar una parte de las oficinas que teníamos en la calle Vara del Rey para convertirlas en comedores. Porque a veces en una mesa de despacho no te das cuenta de lo que pasa fuera. Cuando me asignaron la Iglesia de San Antón dábamos en la calle bocadillos y refrescos, pero pensamos que, para que los necesitamos comieran con dignidad, como dice el Papa Francisco, era mejor que acudieran a un comedor normal y corriente, donde ni los platos ni los vasos fueran de plástico, que tuvieran manteles y cubiertos. En los Robin Hood, quienes tienen medios pueden desayunar y comer, mientras que por la noche en el piso superior cenan los que no los tienen. Tenemos tres Robin Hood, uno en Toledo y dos en Madrid. La idea es que otros muchos restaurantes puedan adherirse a nuestra filosofía, poniendo un letrero como establecimientos colaboradores, aportando al menos cuatro o cinco comidas al día, no la comida que les sobre. Tener unas 500 personas comiendo con dignidad en distintos restaurantes es nuestro primer objetivo para luego seguir extendiéndolo. En el fondo, son iniciativas basadas en el sentido común y que así debe ser la Iglesia de los pobres de la que habla Francisco. 

Con la llegada al Vaticano de este Papa, ¿se ha sentido más cómodo que en anteriores pontificados? Si, sin duda, pero también ha habido quien ha aprovechado para meterse conmigo y, de paso, con el Papa Francisco, porque hay muchos sectores en la Iglesia que no le quieren. Algunos de ellos incluso critican que demos mantas a los pobres. Yo no puedo entenderlo. Y mis críticos también dicen que yo puedo bendecir animales, pero no a dos personas del mismo sexo que se quieren. Siempre  he pensado que los que ladran es que no saben hablar.

“Admiro a quienes saben comer, saben cocinar y disfrutan comiendo. Yo no. Me limito a comer lo que me ponen. Cuando me preguntan sobre lo que quiero comer, siempre respondo que lo que haya”.

Volvamos a hablar de comida, Padre, ¿qué tal se lleva con los grandes chefs españoles, algunos de ellos tan prestigiosos en el mundo?  Son muy solidarios quizás porque lo que les gusta es hacer feliz a la gente. Y si dan de comer a los pobres lo gozan más. Por ejemplo, con Martín Berasategui y Karlos Arguiñano tengo muy buena relación y han venido a prepararnos menús en fechas especiales, como la Nochebuena. También con Ferran Adrià. Se sienten más felices de dar de comer a los pobres, acaso porque a veces les culpabilizamos de hacer comidas solo para ricos.

¿En qué lugar del mundo ha encontrado mejor recibimiento para Mensajeros de la Paz? ¿Dónde se ha sentido más como en casa? En todas partes, da igual estar en Madrid que en Asturias, que en México o Cuba, en Africa o en Canadá. Todos son pueblos solidarios. Hoy no tengo más enemigos que los vecinos de la parroquia, que tendrán algo de razón porque les manchamos la calle. Se meten conmigo y de paso también con el Ayuntamiento de Madrid.

Usted se ha convertido en un personaje bastante popular, ¿cómo se ha visto reflejado en los medios? Los medios de comunicación, en general, son solidarios y nos ayudan en nuestra labor. Han denunciado escándalos y han contribuido a combatir distintos males. Yo he convivido con ellos en terremotos, guerras y tsunamis y les he visto compartir con las víctimas el botellín de agua que llevaban. Me siento identificado con ellos y para mí son unos verdaderos apóstoles, capaces de hacer denuncias por humanidad. Ahora hemos tenido un caso reciente con el niño que ha caído en un pozo en Málaga. Nadie puede criticarles, porque se han volcado y han apoyado a la familia, igual que ocurrió el 11 de Marzo en Madrid, cuando se comprobó que esta ciudad es muy solidaria. También la sociedad ayuda a Mensajeros de la Paz. En la cena que organizamos la pasada Nochebuena en el Museo del Prado había más voluntarios que usuarios. Nuestra colectividad es más generosa de lo que pensamos.

Como párroco de una iglesia consagrada al patrón de los animales, ¿cómo ve el actual auge del animalismo, del vegetarianismo, del veganismo? Yo tengo un perro, que se llama Pelayo. Cuando llego a casa muchas veces solo está él y sale a recibirme. En general, las personas nunca tratan mal a los animales como tampoco a sus congéneres, sean hombres o mujeres. A mí me encanta bendecir a todos los animales y quienes los tratan mal están enfermos. Nadie pega por pegar ni mata a su mujer si no tiene una enfermedad mental. Respecto a los vegetarianos y veganos, allá ellos: hay que comprenderles, pero no quererles. Hay restaurantes vegetarianos como existen otros que reivindican la carne de vacuno. Igual que en otros países comen hormigas o saltamontes. Hay que respetarlo todo para que nos respeten. Pero no creo que comer un chuletón sea una agresión para nadie ni que comer solo verduras sea tampoco criticable en sí mismo.

Con el paso del tiempo, ¿ha ido creciendo en usted un cierto interés por el placer gastronómico? Sin llegar a ello, sí que tengo mis platos favoritos, como el arroz con leche, las patatas cocidas y hasta la sopa con leche. Pero no tengo mayor interés por el caviar o por muchas recetas elegantes. Yo no me he alimentado mal de todos modos, aunque pienso que los cementerios están llenos de víctimas de cenas opulentas, pero más todavía de personas que han muerto por hambre. En mis recientes viajes al cuerno de Africa he vuelto a ver a esos hombres y mujeres, a esos niños, con la mano en la barriga, porque no pueden soportar más hambre. No hace falta saber idiomas para deducirlo y es algo que duele mucho. Porque, en realidad, solo el que ha pasado hambre comprende esa dura sensación.

¿Qué les diría a esos chefs tan prestigiosos para animarles a contribuir a la lucha contra el hambre en el mundo? Yo creo que esos cocineros tan importantes gozan haciendo felices a los demás. Cocinar es un sacerdocio, sobre todo cuando se hace con pasión y devoción. Yo admiro mucho a la gente que sabe cocinar. A mí me han puesto mandiles en los eventos pero yo no sé cocinar, apenas freír un huevo y no estaría de más que aprendiera otras cosas. Los chefs de hoy son como los cantantes o los deportistas pero no me parece una mala religión. Además, los niños empiezan a entusiasmarse por la cocina desde muy pronto y eso en una bendición divina.  

¿Qué producto o receta de su tierra asturiana le gusta reivindicar?  La fabada y el arroz con leche, sobre todo y mejor si están hechos con agua de Asturias. Creo, además, que esas recetas son siempre mejores en la tierra, igual que el pescado es mucho mejor disfrutarlo en el propio puerto. Cada lugar tiene un sabor distinto. Incluso los pimientos de Padrón, que me encantan, saben siempre mucho mejor en Galicia. Cuando no estás allí, hay que echarle imaginación.

¿Cómo es su día a día, Padre? No hay día normal. Escucho las noticias a las cinco de la mañana, porque duermo poco pero a pierna suelta. Lo importante es rezar, leer mucho y vivir con la sociedad. Decir a los políticos que no pueden dejar a la gente morir, resolver problemas en la cocina, en la iglesia, en los hogares. Cojo el coche y me hago un montón de kilómetros. Y también viajo por el mundo. Pero es una vida rica, incluso los fines de semana que en la Iglesia de San Antón son complicados. Yo no puedo estar ocho días de vacaciones porque necesito estar con mi gente. Eso me hace feliz.

¿Cuál le gustaría que fuera su legado? ¿Cómo le gustaría ser recordado? Como ha dicho el Papa Francisco, como una buena persona, como un buen tipo. Nada más. No aspiro a dejar ningún legado, porque hay gente que pierde mucho tiempo en dejar las cosas atadas y es una pérdida de tiempo.  El futuro de Mensajeros de la Paz ni me lo he plantado ni tengo por qué hacerlo porque las cosas cambian de la noche a la mañana. Yo prefiero pensar en qué niños dejamos a en qué sociedad dejamos.

Finalmente, Padre, ¿qué le gustaría tomarse en un día de invierno como hoy? Sidra, siempre sidra, y siempre en compañía. Es estupenda cuando tienes gente alrededor y estás contento. Tomarla solo no sabe a nada, se trata de escanciarla, de compartirla. Beber solo no me gusta en ningún caso. Admiro a la gente que bebe sola mientras lee la prensa. Yo como poco y bebo poco, pero me gusta hacerlo compartiendo. Al fin y al cabo, la comida y la bebida son una bendición de Dios. Y Querer y dejarse querer es nuestro otro lema.

 

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