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ENOTURISMO: El este albaceteño, de Chinchilla a Almansa

Lo tenía ya planeado desde que llegué anoche a Chinchilla de Montearagón: mi desayuno será con productos recién horneados de la Panadería Chinchilla. Es temprano, apenas ha despuntado el día. El sol se va colando entre la niebla matutina buscando alcanzar los rincones del entramado medieval de esta ciudad ubicada en lo alto de una de las pocas lomas del llano albaceteño.

Texto: Óscar Checa Algarra. Fotos: OCA y varios

Le cuesta, ya que el casco antiguo mantiene sus calles estrechas flanqueadas de edificios con una altura considerable, palacios y casas señoriales, iglesias… Pero los panaderos madrugan más que el sol y a las siete de la mañana ya han abierto el despacho. Huele a masa recién horneada. Las vitrinas y los expositores están llenos de diferentes tipos de pan (¡hasta tienen uno de tortilla de patatas!) elaborados con ingredientes ecológicos, y bollería artesana: magdalenas (normales y de calabaza), tortas de manteca, pastas… y, lo que andaba buscando: ¡bollos de mosto! No es glotonería, sino oportunidad para entrar en materia, como quien dice, ya que aquí comienza un nuevo viaje enoturístico.

Además, esta tahona regentada por los hermanos Jiménez (Pedro, Engracia y Lidia; cuarta generación de panaderos) tiene el premio a la mejor panadería de la provincia de Albacete, así que, sería imperdonable no pasar por aquí y probar sus productos. Bien, pues tan contento como un niño pequeño con mi bollo de mosto empiezo el recorrido por la comarca. Volveré después al pueblo, pero ahora pongo rumbo a la primera bodega.

Flamencos y caballos

La niebla persiste en esta mañana otoñal en el llano. Sigo una estrecha carretera que se adentra por un paisaje de campos de cultivo labrados, interrumpido solamente (justo al lado del desvío hacia Finca Los Aljibes) por una importante extensión de agua. Se trata de la

laguna de Horna, una de las que componen el complejo lagunar de Pétrola-Corral Rubio-La Higuera, que es uno de los humedales más importantes de Castilla-La Mancha. El sol y la niebla crean un ambiente onírico. Todo está aún en calma. Empiezan a activarse las aves que habitan este oasis. Entre ellas destacan los flamencos, que avanzan a zancadas, manteniéndose a distancia y volviendo la cabeza para controlar mis movimientos.

Más adelante está la laguna de Pétrola, mucho más grande, donde estas aves se congregan en una de las pocas colonias de cría de flamenco rosa de nuestro país. Está en mi itinerario pero ahora sigo hasta la bodega. Aparecen zonas de encinar, alguna quintería encalada y, después, los viñedos que, al estilo de los châteaux franceses, rodean la bodega de Finca Los Aljibes. Son 180 hectáreas de vides dentro de las 900 que en total tiene la propiedad, en las que se cultivan variedades como Tempranillo, Garnacha Tintorera, Syrah, Merlot o Sauvignon Blanc. Los eventos son su punto fuerte aunque también ofrece la posibilidad de realizar visitas guadas para conocer el proceso de elaboración de sus vinos y que a veces acaban en la torre de esta moderna alquería, con la excepcional panorámica de 360 grados. Las visitas también pueden completarse con un paseo entre los viñedos en coche de caballos, tirado por los ejemplares de la yeguada de pura raza española que se cría aquí.

No muy lejos, otra bodega, Rodríguez de Vera, también se ha sumado al enoturismo. Los eventos son, igualmente aquí, la parte más destacada, aunque, como me explica Pepe, el joven bodeguero que está al frente, siempre a pequeña escala, más íntimos. Pepe iba para farmacéutico pero su afición al campo y los vinos acabó llevándole por otros derroteros. Ahora se encarga de un apasionante proyecto en el que busca viñedos singulares para hacer vinos igual de especiales. Se trata de elaboraciones limitadas, como no puede ser de otra manera, y que, de momento, lleva a cabo en la Utiel-Requena y Alicante (recuperando uvas autóctonas casi desaparecidas), Méntrida, Montilla-Moriles o Rueda, además de aquí en Albacete, claro, en la finca Casalta. Es un terreno en el que el viñedo (gestionado de manera ecológica) comparte espacio con áreas de matorral mediterráneo y encinar. Por cierto, unos cuantos ejemplares de encinas centenarias tienen aquí tanto protagonismo como las mismas viñas, en especial una, gigantesca, a la que dan todo tipo de mimos y cuidados.

Ella es la protagonista de la etiqueta de uno de sus vinos, Sorrasca, aunque llaman más la atención otras en las que las estrellas son los flamencos. Es el homenaje particular de la bodega a estas aves que, como comentábamos antes, viven en la cercana laguna de Pétrola, declarada Reserva Natural por su singularidad biológica, geológica y paisajística. Pero esta gran laguna esteparia hipersalina sirve de refugio a otras aves, sobre todo anátidas (como la malvasía cabeciblanca, en peligro de extinción) y otras muchas que ahora, en invierno, encuentran aquí un entorno ideal en sus rutas migratorias. Por todo eso, también es un enclave perfecto para practicar el birdwatching o turismo ornitológico.

Las Cuevas del Agujero

De vuelta a Chinchilla, es momento de recorrer esta localidad repleta de rincones curiosos. Conserva su estructura medieval y, al estar en un cerro, toca subir y bajar cuestas, así que lo mejor es tomárselo con calma. Las calles parten (o van a dar) a la plaza de La Mancha, donde está el llamativo edificio renacentista y barroco del Ayuntamiento (construido sobre el arco de entrada que servía de puerta de la villa), la iglesia de Santa María del Salvador, el antiguo Casino, la torre del reloj y una galería porticada con columnas de madera.

Cuando empezamos a callejear por los alrededores de esta plaza descubrimos imponentes palacios, como el de Núñez Cortés, con sus balcones y su arquería al estilo aragonés rematando la fachada, o el que ahora es uno de los alojamientos con más encanto de la localidad, la Posada de Chinchilla, cuyas habitaciones se distribuyen alrededor de un patio central con balconada corrida de madera sustentada sobre columnas de piedra.

En otro barrio está el edificio de las Tercias Reales, construido a finales del siglo XVI como pósito y lugar donde se regulaba los precios del trigo (y al que hoy se le da los más variados usos, desde sala de exposiciones hasta ¡espacio de entrenamiento del club de combate medieval de Albacete!) y el claustro mudéjar del antiguo convento dominico del siglo XV, recuperado hace unos años. Pero el entorno más pintoresco lo descubriremos siguiendo la Ruta de la Muralla, que nos llevará hasta el barrio de casas-cueva conocidas como las Cuevas del Agujero. Están excavadas en la roca, al pie de la muralla y al borde mismo de la escarpadura del altozano en el que se asienta la antigua Ghenghalet, Yinyalá o Sintinyala árabe, que con todos esos nombres se conocía Chinchilla en época del califato cordobés.

Estas casas-cuevas también tienen que ver con aquel momento pues, al parecer, fueron construidas por moriscos de Granada que llegaron hasta aquí tras la rebelión de las Alpujarras. La mayoría se abandonaron con el tiempo pero desde hace unas décadas se volvieron a recuperar y hoy muchas son alojamientos turísticos. Por este barrio también está el Museo de Cerámica Nacional, donde de nuevo enlazamos con el mundo del vino pues, entre los centenares de piezas recopiladas de más de 500 alfares tradicionales de toda España por Manuel Belmonte y Carmina Useros que se exponen aquí, encontramos muchas que servían para su almacenamiento, conservación o servicio, como los cántaros, las jarras, algunas botijas camperas, tinajas, ánforas, lebrillos o alcadafes.

Siguiendo esta Ruta de la Muralla llegaremos a la réplica del monumento funerario de la necrópolis ibérica de Pozo Moro (el original está en el Museo Arqueológico Nacional) y, tras un último esfuerzo subiendo costanas, al Castillo. El azaroso destino que le ha tocado jugar a lo largo de la historia ha hecho que hoy poco quede en el interior del recinto, pero sus muros y el espectacular foso seco que lo rodea, de 25 metros de profundidad, siguen siendo suficiente para provocar el asombro. Después, en la oficina de turismo, ubicada en el antiguo Silo de los Pacheco, podemos conocer toda la historia de esta fortaleza, visitando el centro de interpretación.

El vino con nombre de batalla

Otro castillo que deja con la boca abierta es el de Almansa, a poco más de media hora de Chinchilla. Las visitas guiadas comienzan a los pies del cerro del Águila, la peña de piedra caliza sobre la que se construyó en la Edad Media para controlar esta zona fronteriza. Desde los torreones y los patios de armas de la fortaleza hay una vista espectacular de los alrededores. En esos campos es donde tuvo lugar la Batalla de Almansa, una de las contiendas de la Guerra de Sucesión española pero que también fue determinante en el devenir de Europa.

En verano se realiza una recreación histórica, pero además existe un recorrido senderista que lleva por el escenario de la batalla y hasta un museo dedicado a ella, el Museo de la Batalla de Almansa, un interesantísimo espacio en el que podemos conocer las causas, el contexto, las anécdotas y el desarrollo de aquel enfrentamiento bélico de principios del siglo XVIII. Incluso podemos beber un vino que lleva el nombre de la batalla. Lo elabora la bodega Hacienda El Espino que también tiene una gama de vinos bajo el nombre de 1707, el año de la batalla. La finca, donde además de viñas se cultivan olivos y otros productos agrícolas, está en un vistoso paraje del altiplano almanseño, muy cerca de la sierra del Mugrón. Por eso, los recorridos por los viñedos son la parte más atractiva de su propuesta enoturística, completada con la visita a la bodega de elaboración y con la organización de eventos en la alquería.

Cerca de aquí, aunque ya en territorio valenciano, la bodega Tío Pío ultima sus nuevas instalaciones en otro entorno igual de llamativo, en mitad del monte mayor de Ayora. En esta finca está también la Casa Don Pío, una casa de campo, una ‘casa-cámara’ donde en invierno se guardaba la fruta, la verdura y los productos de la cosecha, y que ahora, convertida en casa rural, sirve de complemento a la propuesta enoturística de la bodega.

 

            El viaje está llegando a su fin pero estando en Almansa y hablando de vinos y gastronomía no podía irme sin pasar por Maralba, el dos estrellas Michelin regentado por Fran Martínez y Cristina Díaz y que encandila al más pintao con la elegancia sencilla de su espacio, la cercanía en el trato de su gente y, por supuesto, con su propuesta culinaria. Fran elabora unos platos en los que ensambla a la perfección productos y tradición manchega y levantina, como toca en este lugar de frontera, haciendo, además, que hasta el menú degustación más extenso resulte ligero (¡la maestría en los fogones también está en saber analizar lo que pasa en los estómagos de los clientes y no solo en su boca o ante sus ojos!). Cristina, por su parte, se encarga de la sala y de la bodega, prestando atención y buscando especialmente las mejores elaboraciones de pequeños productores. Aquí encontramos algunos de los vinos de las bodegas que hemos visitado, claro está, y muchos otros (más de 400 referencias) que, como quedamos con ella, van a servir de excusa para volver pronto a Maralba y a esta comarca albaceteña.

 

Las Casas del Vino

El palacio de Nuñez Cortés, una casa señorial del siglo XVI construida en estilo plateresco-barroco junto a la iglesia de Santa María, es uno de los edificios que más llaman la atención cuando paseamos por Chinchilla de Montearagón. Su interior se ha convertido hoy en viviendas particulares pero parte de ellas son también unos alojamientos enoturísticos: las Casas del Vino. Tres acogedores apartamentos rurales (la Casa del Blanco, la Casa del Rosado y la Casa del Tinto) perfectos como punto base en nuestro recorrido por la comarca. Están totalmente equipados con cocina por si nos apetece preparar nuestra propia cena y degustar los vinos que hayamos comprado en las bodegas. Nada mal esto de hacer turismo del vino y poder alojarse en un palacio, ¿verdad?

 

 

 

 

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