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ARLANZA: Viaje a la Castilla más reposada

Cuando Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja, o sea, el duque de Lerma, comenzó a construir su palacio, el estilo herreriano ya había pasado de moda pero fue el que él eligió. Lo hizo con toda la intención, claro, para que coincidiera con el gusto del rey, Felipe III, y se sintiera como en casa cuando acudiera hasta la villa ducal, que eran los planes que el valido tenía para el monarca… por aquello de tenerlo cerca y entretenido…

Texto y fotos: Óscar Checa Algarra

En realidad en esta pequeña ciudad burgalesa todo gira en torno a la figura del duque, el hombre más poderoso de la España de finales del siglo XVI y comienzos del XVII. En muy poco tiempo transformó un pequeño pueblo castellano en una enorme villa de recreo con palacio, imprenta, molinos, colegiata y unos enormes jardines por los que paseaban hasta búfalos. Desde el palacio se podía acceder a los principales edificios y lugares de la villa usando los pasadizos volados que hizo construir. Evitaba así el protocolo que implicaba poner en marcha cualquier salida pública, tanto suya como del rey, que llevaba consigo el desplazamiento de decenas de criados y un aparato que eternizaba cualquier mínimo acto.

Pero además, lo de los pasadizos en altura fue la única solución posible porque todo el subsuelo de la localidad estaba horadado, repleto de bodegas. Hoy siguen ahí. No hay un inventario de las mismas por lo que se desconoce el número exacto. Lo que sí existe es una ordenanza que limita el peso que puede albergar el pueblo, justamente para evitar que colapse. Además se da la curiosa circunstancia de que el nivel freático está más alto que estas bodegas excavadas en la tierra. Tenemos planeado visitar otras bodegas igual de llamativas en este viaje por el territorio de la Ruta del Vino Arlanza, así que, dejamos por ahora las del subsuelo lermeño. Eso sí, antes de salir, acabamos el recorrido en la Colegiata. Una Colegiata que podría haber sido Catedral, faltaría más, pero el Duque no daba puntada sin hilo: una Catedral hubiera supuesto tener un obispo que estuviera al frente, mientras que si el templo se quedaba en Colegiata el máximo representante seguía siendo él. ¡Pues, menudo era! La iglesia se construyó pensada para la música y tiene una acústica exquisita.

Silos y Covarrubias

La relación de este territorio con la música la podemos encontrar en otro punto: el monasterio de Santo Domingo de Silos. El canto gregoriano sigue presente en la liturgia de este destacado cenobio. El origen del gregoriano no se conoce con certeza pero el caso es que procede de una antiquísima tradición que los monjes silenses han perpetuado y que llegó a ser todo un fenómeno musical en los años noventa, tanto en España como en el resto del mundo, cuando publicaron un disco con una selección de estos cantos litúrgicos. Hoy se puede escuchar en directo en algunos de los momentos en que los monjes acuden a la iglesia para la plegaria cotidiana y, desde luego, es toda una experiencia que se puede completar con una estancia en la hospedería del monasterio. Eso para quienes buscan una inmersión total, claro, pero sea como sea, al menos lo que no hay que perderse es la visita del claustro románico y de la antigua botica.

Covarrubias es el tercer vértice del recorrido clásico de la zona. Por supuesto, tampoco debe faltar cuando visitamos la Ruta del Vino Arlanza. La arquitectura medieval de casas con entramado de madera y calles porticadas e irregulares es su mayor atractivo. También están la ex colegiata de San Cosme y San Damián, las murallas, los puentes, el propio río Arlanza o el torreón de Fernán González, además de otros edificios, claro, pero son las casas las que acaban atrayendo las miradas. Aquí hay que ponerse a callejear y andar sin rumbo fijo. No hay ningún riesgo de perderse, tranquilos. Así, tarde o temprano nos toparemos con la tienda y el taller artesano de David Monco, que elabora botas de vino, tal y como su familia lleva haciendo desde 1830. El proceso de elaboración es el mismo que hace doscientos años aunque él ha introducido nuevas técnicas, materiales y colores.

Casa Galín, en la plaza de doña Urraca, es otro de los establecimientos que llevan abiertos en Covarrubias decenas de años. También en 1830, la familia de Ezequiel abrió una especie de colmado donde se vendían legumbres y vinos. Con el tiempo se convirtió en tasca, luego en bar, más tarde en pensión y ahora es un restaurante donde se pueden probar algunos de los mejores platos tradicionales, desde la olla podrida al cordero asado. Los vinos de Arlanza mandan en la carta, como debe ser. También como homenaje a sus antepasados, que llegaron a tener una bodega, como muestran algunas de las fotografías con las que Ezequiel ha decorado algunos de los comedores de su establecimiento.

De bodegas y torres

En Araus Ballesteros ocurre al contrario: la decoración la da el propio pueblo, cuyo skyline se extiende en el cercano horizonte del viñedo que rodea a la bodega. Estamos ahora en Villahoz, una apacible localidad que también guarda buen ejemplo de la arquitectura y el urbanismo popular castellano. En el jardín que se extiende entre la bodega y el viñedo, Marile nos cuenta cómo un día decidió dejar su trabajo en Burgos y volver a su pueblo para montar la bodega junto a su marido. Cree en su trabajo, en su proyecto y en su territorio, se le nota. Por eso los vinos no pueden salir mal…

Una casualidad hizo que, además, en 2016, la parcela de Cabernet Sauvignon se quedara sin recoger. Pasó octubre y se fue noviembre; diciembre vino ese año con heladas y en enero las uvas (que los pájaros habían respetado) estaban listas para hacer algo que nunca habían imaginado: una vendimia de vino de hielo. Las uvas congeladas y perfectas de Araus Ballesteros se transformaron en el primer vino de hielo de Burgos, donde, por mucho frío que pueda hacer, no suele llegar a ser tanto como para que se den las condiciones que se necesitan para elaborar estos curiosos vinos. En las visitas de enoturismo, Marile suele darlo a catar con rosquillas bodegueras, las antiguas rosquillas caseras que siguen elaborando también en el Horno de Águeda, la panadería del pueblo, del que es imposible salir sin compra…

En el skyline del que hablábamos de Villahoz resalta la torre de la iglesia y el barrio de bodegas en cerro. La primera forma parte del conjunto de iglesias que llaman ‘las pequeñas catedrales’ y que se reparten por algunos de los pueblos de la comarca como los cercanos Mahamud y Santa María del Campo. San Miguel de Mahamud es una iglesia fortificada que estuvo construyéndose durante cinco siglos. Es inmensa e imponente. Pero la colegiata de Nuestra Señora de la Asunción, en Santa María del Campo, la supera. Su torre, conocida popularmente como la Buena Moza, se ve desde lejos y el arquitecto Chueca Goitia la calificó como “la más bella del Renacimiento español”. Llevaría un buen número de páginas hablar de todo lo que guarda pero baste con indicar que una de las fases de su construcción estuvo dirigida por Diego de Siloé y Juan de Salas. El resto podéis imaginarlo…

Las montañas horadadas

En cuanto a las bodegas en cerro pues, sencillamente estamos ante el ejemplo del gran patrimonio arquitectónico y vitivinícola de Arlanza. No todos estos barrios de bodegas se han conservado por igual, claro, pero los que lo han hecho y se siguen utilizando son, sin duda, lo que no hay que perderse en esta Ruta del Vino. En la parte burgalesa están las de Castrillo Solarana, ubicadas a los pies del cerro sobre el que se levanta la iglesia de San Pedro que es una joya románica. Los miembros de la bodega Monte Amán, todos hermanos, conservan una de estas bodegas de cerro que han convertido en una especie de museo etnográfico y que se puede visitar como complemento a las catas que se realizan en la bodega moderna. Enrique, que tiene alma de artista, ha transformado antiguos aperos en esculturas, ramas y roncos de encina en mesas y viejos trillos en puertas.

Y en la parte palentina de la Ruta comienza el verdadero espectáculo relacionado con estas bodegas en cerro. Primero en Torquemada, donde varios de estos barrios de bodegas llegan a ocupar diez hectáreas de terreno. Hay registradas 528, pero el número total es superior. Estas bodegas subterráneas no solo servían para elaborar el vino sino que eran una extensión más de los hogares, un entorno de reunión habitual de lugareños. Algunas de ellas también están abiertas a las visitas actualmente, como la de la familia Esteban-Araujo, la única del municipio que sigue elaborando vino aquí bajo la DOP Arlanza. Bajamos con Javier a verla y nos explica la historia del lugar y el proceso de elaboración de forma clara y atractiva. Ha recogido el testigo de sus padres y de su abuelo, que ya elaboraba vino, y además se ha animado a hacer vermut… de forma bastante exitosa, todo sea dicho.

El segundo barrio de bodegas en cerro que no hay que perderse es el de Baltanás. Como el de Torquemada está declarado Bien de Interés Cultural y su estampa es inolvidable. Es como si entráramos en una aldea hobbit. Las puertas no son redondas, pero también tienen su atractivo con sus enrejados de madera y su ingenioso sistema de apertura interior. Las zarceras, los respiraderos a modo de chimenea, se reparten por la montaña, aparentemente de manera aleatoria, pero es que el interior de las bodegas no siempre sigue una línea recta. Es un caos ordenado que empieza a tener sentido para el visitante cuando entra a alguna de ellas.

Nosotros lo hacemos con Julia que, además, acaba de abrir un atractivo centro dedicado al enoturismo en el único edificio original construido con sillares que hay en el cerro. Se llama La Zarcera, como no podía ser de otra forma, y tiene una tienda con productos gourmet de la zona, una pequeña taberna con bodega y terraza y una sala de eventos para grupos reducidos, además de la bodega subterránea, claro. Es una de las 374 del cerro, desde el que, por cierto, hay una vista panorámica fabulosa. Entre las casas que vemos del pueblo está el restaurante Los Tres Sentidos, donde la gente de la zona viene a probar el lechazo asado del Cerrato. La carta está basada en la cocina tradicional, aunque también podemos encontrar otras propuestas, como paellas o marisco.

Paisajes castellanos

Habría que incluir también un par más de bodegas que completaran este itinerario. Una es Buezo, en Mahamud, llamada a ser otro de los referentes del enoturismo de la zona, con su diseño contemporáneo y delicado, pensado para no romper el paisaje, sus actividades y su restaurante con vistas al viñedo. Es un chateaux moderno del que uno nunca tiene prisa por irse. El vino que elaboran, entre lo tradicional y lo actual, y el paisaje de viñedos y campos de cereal crean un mix perfecto e hipnótico, casi de hechizo.

El viñedo y la naturaleza también es el punto central de las visitas que propone Valdesneros, en Torquemada. Al frente está Rubén Montero, un joven enólogo que ha decidido apostar por nuevas referencias, usando viñedos viejos con variedades de uvas que ni siquiera están identificadas, o vinos de maceración carbónica o vendimia tardía. En sus nuevas etiquetas, ejemplos de fauna local: zorros, lechuzas, perdices…

Volvemos a Lerma donde aún estaremos algún día más antes de terminar nuestro viaje. En La Posada de Eufrasio tenemos nuestro campo base. Encarna está al frente de este pequeño hotel de diez habitaciones y de su restaurante-asador, uno de los referentes de la ciudad, con distintivo Bib Gourmand. Es un negocio familiar en el que los productos de calidad (con la carne como estrella), locales y ecológicos son los que imperan. Tienen también su propio vino, aunque, como buenos embajadores de la zona, también disponen del resto de elaboraciones de la comarca.

Territorio Artlanza

Félix Yáñez no acaba de creerse lo que ha levantado en Quintanilla del Agua: la escultura más grande del mundo. Una escultura o un decorado porque hablamos de Territorio Artlanza, un pueblo reproducido a escala real en el que no falta de nada… pero que está en el jardín de la casa de este escultor y ceramista burgalés. Claro, el jardín es solo el principio porque después de construir la reproducción de una plaza castellana se animó con otras y cogió el terreno del huerto; luego con otras más y utilizó la antigua viña; y así el proyecto se fue agrandando hasta llegar a los 25.000 metros cuadrados que tiene hoy. Nadie diría que todo está hecho con materiales reciclados, de derribo, y cualquier explicación se queda corta a la hora de transmitir todo lo que Félix ha construido.

 

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