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De barro y piedra: enoturismo por el sur de Madrid

La historia de Colmenar de Oreja, o al menos la más reciente, está hecha de barro y piedra. El suelo donde se asienta y los cerros de alrededor son de caliza; una caliza fosilífera -recuerdo de épocas remotas en que esta parte del mundo era un lago- que posee unas propiedades físicas que la convierten en un estupendo material de construcción. Además, con el paso del tiempo, la caliza de colmenar adquiere una pátina que le hace parecer mármol, por lo que siempre fue muy apreciada.

Texto: Óscar Checa Algarra. Fotos: OCA/Comunidad Madrid

Especialmente a partir del siglo XVIII, cuando la Corte madrileña se fijó en ella para levantar edificios como el Palacio Real de Madrid, el Palacio Real de Aranjuez, la Catedral de la Almudena, elementos de la Puerta de Alcalá, el Banco de España… Por eso, ahora, las canteras de Colmenar, la piedra de Colmenar, está declarada como Global Heritage Stone Resource, ya que deben tener reservas garantizadas para la restauración de todo ese patrimonio que se construyó con ella.

Centro de producción tinajera

Junto a la piedra hablábamos del barro; y es que, en algunos puntos, bajo la caliza también se hallan acumulaciones arcillosas con una mezcla de minerales que hacen de este otro, un material perfecto para la industria cerámica. En Colmenar la utilizaron para fabricar tinajas. En el siglo XIX y en el XX, este pueblo fue uno de los centros de producción tinajera más importantes de todo el país, junto a Villarrobledo (Albacete) y Arroyomolinos de Montánchez (Cáceres). A principios de siglo XX aquí había 35 hornos tinajeros. Hoy quedan, abandonados pero aún en pie, apenas media docena. Lo que sí se ha conservado mejor son las tinajas. La mayoría siguen en las cuevas que prácticamente todas las casas de la villa (especialmente las de labranza) tenían, así como en las antiguas bodegas que han llegado hasta nuestros días y que ahora se sirven de este patrimonio tan singular como reclamo enoturístico. Algunas de esas bodegas, además, están en el mismo casco urbano. Es el caso, por ejemplo, de la bodega Jesús Díaz e Hijos, la más antigua de la localidad. La quinta generación de la familia Díaz Ocaña sigue elaborando vino en esta bodega que fue ‘pieza de tinajas’ (o sea, lugar donde se fabricaban las tinajas) y, antes, un convento franciscano. Conservan tinajas fechadas en 1905 y en ellas siguen elaborando sus vinos. Un rosado y un blanco de la variedad Malvar fermentan en estos búcaros gigantes de más de un siglo de vida. La cueva la excavaron ya los monjes y es tan llamativa que ha servido de escenario a diferentes producciones cinematográficas. Aquí, las tinajas se han sustituido por barricas de roble y rimas, pues también elaboran espumosos.

De Peral al Palique

Más hacia el centro del pueblo está Bodegas Peral. Hasta hace cinco años era una bodega industrial pero de aquello no queda ni rastro: ahora es un cuidado espacio que mezcla la arquitectura tradicional del tapial y la cal con el vidrio y el metal y donde se celebran eventos y conciertos. El patio se ha transformado en una terraza, que es el mejor lugar para probar los vinos de Jesús Peral; unos vinos particulares, pues se elaboran siguiendo antiguas técnicas tradicionales como la ‘sobremadre’ (fermentar el vino con una parte de los hollejos). Esta bodega también tiene su cueva y sus tinajas, por supuesto, y de hecho es una de las más fotografiadas dentro de la Ruta del Vino de Madrid, Madrid Enoturismo. Aquí, en la cueva, a buen recaudo, Jesús guarda las botellas de su nuevo proyecto: un monovarietal de Colorailla (una variedad minoritaria, cultivada sobre todo en Castilla-La Mancha), que saldrá al mercado la próxima Navidad.

A pocos metros, en la misma calle, encuentro otra antigua casa con una cueva con tinajas. Esta vez no se trata de una bodega sino de un alojamiento turístico: la casa rural Los Tinajones. Merce, su propietaria, me cuenta que abrieron hace menos de un año, en mayo del 2021, después de una intensa reforma en plena pandemia. La espera y los contratiempos han merecido la pena porque el resultado es fabuloso. La decoración, elegante y sencilla a la vez, acorde a lo rural pero con un estilo cercano a lo industrial y con guiños delicados a la cultura vitivinícola de la zona llama la atención. La antigua casa de labranza se ha convertido en un exquisito establecimiento de diez habitaciones, dos patios y diferentes áreas y zonas comunes lleno de encanto. En la parte de abajo, claro, la cueva y las tinajas. Aquí se pueden realizar catas y degustaciones de vinos y otros productos de la zona, como el queso Ciriaco, salido de la quesería artesanal más antigua de Madrid y que se cura en otra de las cuevas colmenaretas. En El Palique, uno de los restaurantes más destacados de la localidad, en plena plaza Mayor, además del queso también se pueden probar platos típicos, como las patatas chulas (fritas y regadas con una salsa de aceite de oliva, ajo, perejil y vinagre), las pozas (pan relleno de tomate, cebolla, atún en escabeche, sal y pimentón) y el desarreglo (estofado de carne, cocida con vino malvar).

Una estampa medieval

La plaza Mayor de Colmenar es bonita y tiene una historia curiosa, sí, pero la del pueblo vecino se lleva la palma: se trata, ni más ni menos, que de Chinchón. Al parecer, era uno de los arrabales del pueblo, que estaba situado en el actual barrio de San Antón. Este espacio se utilizaba para acoger las ferias de ganado hasta que los vecinos se fueron mudando y empezaron a construir sus nuevas casas, manteniendo un elemento común: los balcones de madera. Aquí los llaman claros y tienen la particularidad de que algunos pueden pertenecer a un propietario diferente del de la misma casa, una herencia del siglo XVI en que los balcones se reservaban a los nobles para que pudieran asistir en primera fila a todos los actos que se celebraban en la plaza, desde corridas de toros a enjuiciamientos. El caso, es que en este lugar abundaba el agua y para construir la plaza se tuvo que construir un alcantarillado gótico para aislarla. El subsuelo de este pueblo es rico en agua pero más que eso, como ocurre en el vecino Colmenar, las protagonistas del mundo subterráneo aquí son, de nuevo, las cuevas y las tinajas. En Chinchón también se fabricaban tinajas, aunque en menor cantidad que en el pueblo vecino. Cuando alguna se rompía, los trozos se utilizaban para allanar la calle. Era el llamado tejón. Este material, que servía también como felpudo y se ponía en las aceras, delante de puertas y portadas, se combinaba con la piedra de Colmenar en el asfaltado de las calles. Aún hoy podemos ver tramos así, y es que, la magia de Chinchón es que ha cambiado poco su fisonomía desde hace siglos. Es un pueblo agricultor que ha podido vivir de ello, por lo que no ha hecho falta levantar naves industriales u otro tipo de edificios que hubieran roto la armonía o, al menos, hubieran desentonado en el conjunto.

Una de las más antiguas

Desde la pequeña terraza de La Repesca miro esa estampa. No hay muchos turistas porque es un día entre semana, pero sí hay un cierto ajetreo de coches que entran y salen de la plaza enarenada, vecinos que van y vienen, y algún viajero que ha decidido perderse -como yo- un martes cualquiera. La Repesca, por cierto, es un bar de vinos. O mejor, como reza en su puerta, una casa de maridajes. Se pueden tomar vinos de Madrid, por supuesto, pero Miguel, el propietario, también apuesta por otros, especialmente por los generosos de Jerez y Montilla, para diferenciarse y porque le fascinan. En la carta y en la pizarra colgada en la pared, tapas y raciones de nombres sugerentes y productos de calidad (almejas de carril, gamba roja, quisquillas…) a combinar con los más de cincuenta vinos por copa. Hagan su elección.

De aquí me voy a visitar la única bodega que está dentro del casco urbano de Chinchón: Bodega del Nero. Roberto y Álvaro son la quinta generación al frente de esta bodega de 1870 que es una de las más antiguas de Madrid. Desde 2018 se abrieron también al enoturismo y están más que satisfechos. Me cuenta Roberto que su madre elaboraba en depósitos de cemento pero ellos decidieron volvieron a las tinajas. Unas tinajas que, como no puede ser de otra forma, fascinan a los visitantes, especialmente cuando son extranjeros, que se han topado con una plaza medieval y sin asfalto, un monasterio convertido en Parador, una casa donde estuvo alojado Goya, una enorme iglesia con un cuadro del mismo pintor aragonés… y ahora con una bodega de tinajas. Awesome, dear!

          Claro que tal vez aún les falte pasar por el Mesón Cuevas del Vino para cerrar el círculo. Este mesón es un restaurante-museo ubicado en una vieja casa de labranza de finales del siglo XVIII cuya actividad principal era la elaboración de vino y aceite. Ha conservado todas las estancias, estructura y elementos, así que aquí podemos comer (platos tradicionales, guisos, asados en horno de leña…) en la antigua almazara, junto a una enorme prensa de viga o las piedras de moler, o en la bodega, rodeados de tinajas (ahora todas autografiadas por destacadas personalidades del mundo del cine, el teatro, la literatura, el espectáculo…) También hay cuevas aquí, claro, ¡y más tinajas! Me gustaría saber el número total de las que se conservan en esta ciudad subterránea de pasadizos y galerías…

Palacios y mariposas

El triángulo de localidades vitivinícolas de esta zona del sur de Madrid lo completa Valdelaguna, un pequeño pueblo donde todo parece estar en cuesta y donde se ubican las Bodegas Pablo Morate, otras de las de más solera de la región madrileña. Además de llevar más de cien años elaborando vino, desde hace 23 cuentan con su propio Museo. Está en un edificio histórico, protegido por Patrimonio Nacional, que perteneció a Manuel Godoy. La parte inferior, la antigua bodega, está acondicionada como recorrido etnográfico donde se explica, de manera muy didáctica, la manera de elaboración del vino hasta hace solo unas décadas. Aquí terminan, con la cata de tres de sus vinos, las visitas guiadas que realiza el mismo enólogo, Pablo Morate, y que empezaron en la nave de elaboración.

La Ruta del Vino de Madrid en esta parte sur de la Comunidad se extiende por otros pueblos como Nuevo Baztán o Aranjuez. El primero, más desconocido, es una sorpresa para cualquiera. Nació como proyecto de poblado industrial en el que se instalaron molinos, curtidurías, una fábrica de vidrio, y bodegas, claro. El centro de interpretación está ubicado precisamente en la antigua bodega del complejo industrial y aquí podemos conocer el origen de aquel proyecto, ideado por Juan de Goyeneche y que contó con la planificación arquitectónica de José de Churriguera.

Aranjuez, mucho más familiarizado con el turismo, esconde lugares como la bodega donde termina este viaje: El Regajal. El entourismo de El Regajal está enfocado a los eventos, aunque también se pueden hacer visitas de grupo a las instalaciones para conocer cómo se elabora uno de los vinos de imagen más llamativa de Madrid. Seguro que lo reconocéis, con su etiqueta blanca y una mancha color burdeos en forma de mariposa. Y es que esta finca y sus alrededores son uno de los lugares de mayor biodiversidad de mariposas de todo el mundo. Ahora, al final del invierno, no hay muchas así que tendré que venir en primavera o en verano. ¿Qué mejor excusa para volver a recorrer esta comarca de barro y piedra?

 

El vendimiador de Colmenar

 En la acuarela, un campesino se ocupa de dos mulos que están delante de un carro apostado junto a una pared de piedra y ladrillo (que, bien puede pertenecer a un lagar o una bodega).  En primer plano, varios de los cestos donde se ha cargado la uva, amontonados. El nombre de la obra es ‘El vendimiador de Colmenar’ y su autor Ulpiano Checa, el artista más relevante que ha dado esta villa madrileña, y que fue uno de los pintores más importantes en la Europa de finales del siglo XIX y principios del XX. Aquí, en Colmenar de Oreja, tiene un museo monográfico que atesora unas 300 de sus obras, y que es -qué duda cabe- uno de los más destacados (al tiempo que desconocidos) de la Comunidad de Madrid.

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