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LUGARES PUNTUALES: Barrios de bodegas, el eslabón perdido del vino

Entre los años 1889 y 1893, el prodigioso arquitecto Antonio Gaudí viajó nueve veces en tren desde Barcelona a León, mientras se edificaban dos célebres proyectos suyos: el Palacio Episcopal, en Astorga, y la Casa Botines, en la capital leonesa. El nudo ferroviario de Venta de Baños, en la provincia de Palencia –lugar de trasbordo al tren procedente de Madrid que lo llevaba hasta León– fue su inevitable residencia ocasional, de ida y de vuelta, unas cuantas veces.

Fotos: Bodegas citadas

Los frecuentes retrasos de las locomotoras de vapor y las peripecias propias de la incipiente red ferroviaria de entonces, le exigieron largas escalas en la fonda de la estación o en sus alrededores. Ascético, naturalista y andarín (tuvo fama de recorrer a diario más de 10 kilómetros) visitó en sus asuetos unos cuantos pueblos de la apacible comarca del Cerrato, en cuyo cabeza de partido, el municipio de Baltanás, divisó un cerro del que brotaban centenares de chimeneas y torretas, un espectáculo inexplicable al no percibirse, debajo de todo ello, ni tejados

ni edificaciones que lo justificaran.

Los respiraderos, humeros o tuferos de ventilación de las 374 bodegas de elaboración y almacenaje de vinos de Baltanás –excavadas bajo dos cerros y superpuestas en laderas de cinco niveles–, originaban la monumentalidad doméstica del insólito paraje. Antonio Gaudí quedó impresionado por aquella instalación arquitectónica inesperada y recorrió de cerca los singulares respiraderos que poblaban el montículo, tomando buena nota de su diversidad artesana. Eran –y son– funcionales, al objeto de ventilar el subsuelo y disipar los letales tufos de la fermentación del vino, pero caprichosos en su configuración cúbica, cónica o cilíndrica. Edificados en piedra, yeso, cascajo o adobe y rematados con cristales y conchas, resultaban, curiosamente, más afines a la alfarería que a la arquitectura.

Cuando entre 1906 y 1910, Gaudí diseña y construye el domicilio urbano más célebre de Barcelona, la Casa Milá –conocida como La Pedrera– en el Paseo de Gracia, perfila numerosas audacias arquitectónicas, entre otras unas extravagantes chimeneas que coronan el edificio y evidencian su inspiración en el naturalismo espontáneo y múltiple del barrio de las bodegas de Baltanás. En el libro Regreso a Gaudí de Ana María Ferrín –investigadora de la vida y obra del artista–, se mantiene esa hipótesis –muy poco divulgada, por cierto–, en un capítulo que se titula, precisamente, “Baltanás, ¿partió de aquí la inspiración del genio?”.

Más allá del curioso episodio y su virtual consecuencia entre los signos de la arquitectura modernista, las bodegas de Baltanás están consideradas Bien de Interés Cultural y Patrimonio Etnológico de España. Son el conjunto civil excavado más importante de la comunidad de Castilla y León. Su estructura urbana y efecto paisajístico es monumental y su antigüedad se remonta a fechas anteriores a 1543, que es cuando se acredita, por vez primera, su existencia.

La dimensión y dotación técnica de los originales lagares y bodegas de almacenamiento, sus trazos racionales, depósitos impermeables para el mosto, barricas de gran tamaño –desarmadas fuera y recompuestas en el interior– y los odres o pellejos útiles para el transporte del vino, atestiguan que fueron un importante centro de producción y distribu

ción de vino en la comarca del Arlanza –vecina a la actual D.O. Ribera del Duero–, hasta los años 50 del pasado siglo. La erradicación de la mayor parte de los viñedos próximos –generada con la aparición de cooperativas vitivinícolas industriales de operatividad colectiva y las primeras bodegas con marca etiquetada– han convertido al barrio de las bodegas de Baltanás en un destino de almacenaje de vino para el consumo familiar o enoteca de climatización constante, gracias a la profundidad, espesor y ventilación de sus recintos, además de lugar de esparcimiento gastronómico festivo.

En todo caso, los barrios de bodegas son una referencia indispensable y vigorosa en la cultura del vino. Propician el coloquio y la ilustración inmediata (menos sofisticada de lo que se lleva, lo que tampoco viene mal) sobre la bebida con mayor arraigo cultural en España. Su relevancia social en la historia de la alimentación, cualidades como isotónico natural en el laboreo agrícola o alternativa líquida ante los riesgos de las aguas insanas del pasado, entre otras consideraciones, convierten a los barrios de bodegas en una especie de eslabón perdido que explica gradualmente el vino y lo instala en su autenticidad concreta.

El encuentro de Barrios históricos de Bodegas, celebrado a iniciativa de la Universidad de La Rioja, la Fundación Vivanco y Bodegas Lecea (principal bodega en activo del barrio de bodegas de San Asensio, la localidad riojana anfitriona) acaba de expresar su entusiasmo por rescatar el vínculo emocional de los barrios de bodegas. Reforzar la identidad de los vinos de cueva o calado, elaborados o conservados en los barrios históricos; facilitar el acercamiento al vino honesto y modesto de instalaciones clásicas o fomentar el interés por el turismo enológico, son propósitos que resumen la voluntad de las bodegas comprometidas con una acción de dimensión cultural y operativa. Su plan integral de actuación compromete a las autoridades municipales y a la población oriunda –cómplice en la sensibilidad patrimonial de su ámbito–, en un espacio geográfico limitado a las provincias de La Rioja y de Castilla y León, pues, inexplicablemente, al sur del Tajo, no hay noticia del fenómeno ancestral de los barrios subterráneos de bodegas.

 

Autoridades universitarias y directivos de la Fundación Vivanco, el etnógrafo e investigador del paisaje enológico, Luis Vicente Elías, portador de irrefutables argumentos sobre la existencia de los barrios de bodegas y su conveniente futuro; los arquitectos Jesús Marino y Marta Palacios; el ingeniero agrónomo Ángel Fombellida, el consultor de turismo rural Julio Grande, el 

sociólogo Ramiro Palacios o los alcaldes de Quel, Alberite y San Asensio (La Rioja) y la alcaldesa de Baltanás (Palencia), en representación de sus respectivos barrios de bodegas, así como los promotores de los singulares conjuntos de Moradillo de Roa (Burgos) y  Mucientes (Valladolid) o el inspirador del encuentro, Luis Alberto Lecea (cuya bodega de barrio fue premio a la Mejor experiencia Enoturística nacional en 2016, por cierto), fueron algunos de los cualificados ponentes de una iniciativa cuyo alcance patrimonial, cultural, etnológico y enológico sondea el origen de la elaboración moderna del vino y merece una atención creciente.

El divulgador enológico Luis Paadín, autor de Las piedras hacían Vino, quien, desde la retranca gallega, considera menos escabroso hablar de “vinos de bodega” que de “vinos de garaje”, mantuvo en su intervención que “en un momento en que la tecnología presente en las bodegas y las técnicas de elaboración son universales, el patrimonio es el valor seguro que ayuda a divulgar nuestros vinos como fruto de un clima, un suelo, unas variedades y una historia milenaria”. Todo un mensaje concluyente y puntual a propósito de los Barrios de bodegas.

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