Viñedos en Quintanilla de Onésimo (Valladolid)
Por Eugenio Occhialini
Además, podemos celebrar también que 2018 fue, según la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), el año récord en las exportaciones, que llegaron a la cifra de 3.290 millones de euros, un 2,8 por 100 más que el año anterior. Un balance que tiene sus luces y sus sombras, puesto que esa cifra se logró gracias al aumento del 16 por 100 en el premio medio porque en volumen se produjo una caída de las ventas del 11,4 por 100, hasta los 25,4 millones de hectolitros, derivada de una vendimia menos generosa que el año anterior.
El reto del sector sigue siendo vender más y mantener los precios para acercarnos a nuestros competidores franceses e italianos. Porque, entre los diez máximos exportadores, seguimos siendo el país que tiene el precio más barato. Otro reto es el que plantea el consumo doméstico. A pesar de un leve aumento, seguimos siendo el octavo país y, algo peor, el duodécimo en litros por habitante, con tan solo 26,9 litros al año, casi la mitad que Francia y muy alejados de los 62,1 litros que consumen nuestros vecinos portugueses.
Pero, más allá de balances puntuales, muchos de los vinos que se elaboran en España disfrutan de una relación calidad-precio imbatible con respecto a sus competidores internacionales y se complementan maravillosamente con la diversidad de nuestros recetarios. No olvidemos que, en el fondo, la cocina española triunfa en el mundo no solo gracias a las excepcionales recetas populares que integran nuestro acervo y a las de nuestros cocineros contemporáneos, sino a la calidad de nuestros vinos.
Aunque las cosas no están siendo fáciles, una nueva generación de enólogos está aportando calidad en viñedos y bodegas de todo el país, se recuperan variedades ancestrales que estaban casi perdidas y hay un clamor creciente por el respeto a la tierra y al clima que lleva, en ocasiones, a un imparable desarrollo de los vinos ecológicos y los termodinámicos.
Lo hacemos cada vez mejor, pero en los últimos años hemos bebido menos vino que nunca, como consecuencia de una diversidad de causas. Quizá se ha diseñado un mundo excesivamente complejo para la juventud, que está demasiado alejada de la enología. También las campañas contra el alcoholismo han hecho mucho daño, cuando el vino, en las debidas proporciones, no es alcohol, sino alimento y, concretamente, alimento saludable, mensaje que quizá no ha calado lo suficiente en la población.
Sopesando los pros y los contras, hay razones para ser sensatamente optimistas con respecto al futuro del medio millón de familias españolas cuya vida está ligada a esta actividad. A nuestra ilusión contribuye, cómo no, el hecho de que en los lugares donde creció la vid, el vino fue siempre un motivo de unión, de concordia, de celebración y de acuerdo, que siempre fueron más fáciles con una copa en la mano.
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