Reportajes

Por la Ribera del Júcar: El paisaje calmado

Ad Putea. Con ese término se nombra en el Itinerario Antonino, una de las mansio, las estaciones o paradas oficiales a lo largo de las calzadas romanas. Estas mansio no eran otra cosa que los lugares donde pasar la noche durante el viaje a lo largo de las calzadas que comunicaban las principales ciudades del Imperio. Ad Putea era, pues, uno de esos lugares, antecesores de las ventas y las posadas, y sería el origen del actual pueblo conquense de Pozoamargo, donde empezamos este viaje.

Texto: Óscar Checa Algarra. Fotos: OCA/ DO Ribera Júcar

Estaba en la ruta entre Complutum y Carthago Nova, o sea, entre Alcalá de Henares y Cartagena,

o, más concretamente entre Segóbriga y Carthago Nova, una vía que fue rebautizada como ‘Vía del Lapis Specularis’ y que, según nos indican los miliarios encontrados, recibió especiales atenciones durante el periodo de esplendor de explotación de las minas de lapis specularis, que se encontraban en las inmediaciones de Segóbriga. Este lapis specularis es un mineral que hoy conocemos como espejuelo, un yeso que cristaliza en grandes placas translúcidas y que los romanos usaron para fabricar ventanas antes de que se descubriera la fabricación del vidrio. La calidad del lapis specularis de Hispania era la mejor, según cuenta Plinio el Viejo en su obra Historia Naturalis, y esa calidad fue determinante en el gran desarrollo de Segóbriga y en el comercio que del mismo se hizo. Las grandes placas de lapis specularis partían hacia Roma y otras partes del Imperio a través del puerto de Carthago Nova.

La importancia del comercio de este material motivaría el buen mantenimiento de la calzada que llevaba hasta la ciudad costera, algo que llevaba tiempo llamando la atención a los especialistas al analizar los tramos que hasta hoy se conocían: los vestigios mostraban una gran calzada, con un terraplén elevado y unos bordillos característicos, además de otros elementos asociados a esa carretera y la existencia de aljibes de aprovisionamiento a lo largo de su recorrido.

A mediados de la década de los años noventa del siglo XX se realizaron una serie de exploraciones arqueológicas a lo largo de un eje que unía la ciudad ciudad albaceteña de Chinchilla de Montearagón con los alrededores de Pozoamargo, pues se habían identificado restos a lo largo de esa área que presentaban una gran similitud. Y en esas prospecciones salió a la luz un tramo de calzada romana, conservada en perfectas condiciones, muy cerca del pueblo conquense. Protegido y restaurado, hoy se puede visitar de manera libre. Está un paraje rodeado de pinares, viñedos, olivares y campos de almendros, el paisaje que se repite en esta parte de la provincia de Cuenca que corresponde a la zona de transición entre las comarcas de La Mancha y La Manchuela y donde se acota la Denominación de Origen Ribera del Júcar.

Guijarros y tinajas

La horizontalidad del terreno es otra de las características de este territorio. Una

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horizontalidad tan solo interrumpida de vez en cuando por algunos oteros y lomas boscosas, además del propio río Júcar que juega un papel fundamental en el desarrollo de la viticultura de esta zona regulando las temperaturas. Con el río y con el pasado geológico está relacionado también el suelo donde crecen los viñedos de la Ribera del Júcar. Son profundos, repletos de limos, arcillosos y calizos, y cuentan con otro rasgo que los hace especiales: la presencia de guijarros o cantos rodados en la superficie. Las arcillas, arenas y calizas provienen de las formaciones del Terciario, mientras que el origen de los guijarros está en el Cuaternario, cuando esos materiales de arrastre se depositaron sobre los otros. Los guijarros favorecen la aireación y el drenaje del suelo y permiten que el agua de lluvia se filtre hasta llegar a las arcillas, que retienen buena parte de ella en el subsuelo. Además, los cantos reflejan el sol hacia los racimos de uvas, ayudando a la maduración, y, en periodos de calor, actúan como una capa protectora de la tierra.

Todo eso lo cuenta también Daniel Sevilla en las visitas de enoturismo de una de las bodegas de la zona, Las Calzadas. La bodega está en Pozoamargo y el nombre viene, claro, de esa calzada romana en donde hemos comenzado el viaje, y junto a la que él tiene uno de sus viñedos viejos. En una vitrina vemos

reproducidas las capas del suelo de la Ribera del Júcar, con esos materiales: la arena, la caliza, la arcilla y los guijarros. Pero en esta bodega, lo que más llama la atención es otra cosa: las tinajas. Daniel creó la bodega en 2017 con tan solo 23 años, después de haber estudiado en La Rioja y en Castilla-La Mancha y haber trabajado en bodegas referentes de nuestro país y de Australia y Nueva Zelanda. “Esta es una bodega de juguete”, dice aludiendo a las dimensiones de la misma. Pero el caso es que se ha convertido en una de las más visitadas de Castilla-La Mancha, gracias también a su oferta enoturística en la que la gastronomía es punto fundamental. “Construimos este cubo como guiño a los que hacían los viticultores en el campo, para apoyar nuestras visitas con alguna pequeña opción de restauración”, cuenta. El éxito fue rotundo y desde hace unos años, el patio de la bodega, en verano, y parte de la bodega, en invierno, se convierten en un restaurante en el que la brasa y los productos locales como el pisto o el ajo arriero son las estrellas.

Muchos de esos productos salen de la huerta que su padre tiene plantada junto a ese patio, como los tomates, conocidos ya por los asiduos. Cada tarde de verano, mientras se montan las mesas en el patio para el turno de cena, los tomates recolectados esperan junto al pozo regados por un par de cubos de agua bien fresca recién sacada del mismo.

Pero volvamos a las tinajas. Cuando Daniel decidió montar la bodega, tenía claro que quería elaborar sus vinos como se habían hecho en la zona hasta hacía pocas décadas: usando las tinajas. Villarrobledo, uno de los pueblos referentes en la elaboración de estos recipientes a lo largo de la historia, está bastante cerca, así que Daniel se presentó en casa del último tinajero que quedaba, Tomás Orozco, para hacerle un pedido. “Hacía tiempo que ya no las fabricaba por la falta de demanda”, cuenta Daniel, “y cuando le dije que necesitaba veinte me miró pensando que estaba loco”. Ahora otras bodegas están volviendo a elaborar en tinaja de barro pero uno de los primeros que recuperó ese método fue Daniel. La hija de Tomás, Maribel, acabó convenciendo a su padre para realizar el pedido, viendo también una oportunidad para aprender el oficio. Y, un año y pico después, las veinte tinajas estaban en la bodega. Hay también otras más grandes que Daniel recuperó de antiguas bodegas de la zona. Una de esas viejas tinajas tiene una firma muy particular: en el labio aparece una especie de dibujo formado por las huellas del alfarero. Era la manera de identificar el trabajo de cada uno, pues en los hornos donde se cocían se metían remesas de distintos artesanos. El cuño de esa tinaja se convirtió en la etiqueta del primer vino de Daniel, Tinácula. El nombre viene del latín, ‘tinaja pequeña’, y enlaza con ese pasado romano del que hablábamos antes.

Daniel introduce a sus visitantes en el mundo de las tinajas, explica cómo se hacen, cómo se cría el vino en ellas, por qué tienen esa forma… Y después todos catan algunos de sus vinos, elaborados en ecológico y con las variedades locales bobal y pardilla, esta última, blanca, recuperada por él.

Vinos de aldea

No muy lejos de aquí, también cerca del trazado de la calzada romana, en mitad de

la antigua finca Buenavista, está otra de las bodegas de la zona con oferta enoturística. Se trata de Bodegas Illana. Es una especie de pequeño château al que se llega siguiendo un camino de blanca tierra caliza rodeado de viñedo, otras tierras de cultivo y una extensa porción del bosque de encinas que cubría todo este territorio antiguamente. “Es una finca familiar que existe desde 1626”, nos explica Javier Prósper, propietario de la bodega y cuarta generación de viticultores de esta finca. “Durante mucho tiempo fue una finca de recreo pero con el tiempo se transformó en una finca agrícola”. La antigua aldea todavía sigue en pie junto a la bodega de nueva construcción, y sus dependencias siguen en uso. “La aldea pertenecía a Pozoamargo que, a su vez, era parte del término de Alarcón”, cuenta Javier. Sus vinos llevan el label de ‘vinos de aldea’ en referencia a este lugar. Como Daniel, Javier apuesta

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por la Bobal, la variedad propia de la zona, como en la vecina Manchuela, por la Cencibel (Tempranillo), también autóctona, y por la Sauvignon Blanc. En los años ochenta su padre plantó viñas de Merlot y Cabernet Sauvignon, pero ahora las están sustituyendo por esas otras variedades. En sus visitas, a la carta y bajo reserva, además de conocer el proceso de elaboración y de recorrer parte del viñedo, se descubren unos vinos tan singulares como el Blanc de Noir de Bobal, un vino blanco hecho con una uva tinta de Bobal. “Es la variedad de aquí, pero además es que es excepcional por su capacidad de adaptación y por los vinos frescos y de gran viveza que da. De ahí nació recientemente nuestra gama Los Bobalistas: el Blanc de Noir, un rosado y dos tintos, todos cien por cien Bobal”.

También en Illana se elaboran vinos en tinaja. Son solo una pequeña parte pero ahí están, junto a las filas de barricas que descansan en la sala excavada a seis metros bajo tierra, las ocho ánforas de barro en donde se cría una porción de Bobal que luego encontramos en un coupage en uno de los vinos. Vinos ecológicos, que surgen de una viticultura orgánica que Javier explica sobre el terreno, en el viñedo. Nuestra charla se alarga en esta ocasión bajo una enorme encina junto a una de las viñas en espaldera. “La llaman la ‘carrasca del señor’”, me cuenta Javier mientras aventuramos la infinidad de anécdotas que podría contar este fabuloso árbol.

El Júcar

El viaje por este territorio de la Ribera del Júcar nos llevará por algunos pueblos como Sisante o

El Picazo, este último a orillas del río. Una excursión a Alarcón tampoco puede faltar para completar el recorrido, aunque este pueblo no pertenezca propiamente al territorio de la Denominación de Origen. Pero con su castillo, su muralla, su patrimonio monumental y su emplazamiento en una península en mitad del curso del Júcar hacen de él el más atractivo de la zona. Como sede local del señorío de Villena, Alarcón dio nombre desde la Edad Media a la comarca, que se conocía como Tierra de Alarcón. A ella pertenecían estos otros pueblos que recorremos ahora.  En Alarcón, nuestros pasos nos llevan hacia el castillo (que hoy es un Parador), una fortaleza árabe reconstruida por Alfonso VIII y relacionada con otros personajes históricos como los propios marqueses de Villena o Don Juan Manuel. La iglesia que bordea uno de los flancos de la plaza que lleva el nombre de este último, la de San Juan Bautista, alberga las Pinturas Murales de Jesús Mateo. Desacralizada y casi en la ruina desde hacía tiempo, un joven pintor conquense, Jesús Mateo, logró que el párroco le cediera el espacio para pintar sus paredes. En ellas vemos hoy un gigantesco lienzo de arte contemporáneo sobre el que han escrito autores como José Saramago, Gustavo Bueno o Francisco Nieva, entre otros muchos, y han fotografiado Cristina García Rodero o José Manuel Navia.

En Sisante lo que encontramos es un pueblo de aire manchego repleto de casas solariegas y palacetes del siglo XVII y XVIII, su periodo de esplendor tras conseguir el título de villa. Su origen está relacionado con una antigua población romana

llamada Mediolum pero su fundación ‘definitiva’ hay que situarla a finales del silgo XII cuando Alfonso VIII conquistó este territorio conquense. También encontramos grandes edificios nobles en El Picazo. Alguno, remodelado y transformado para usos comunes, como la Casa-Palacio de Don Mateo Jerónimo Villanueva, se puede visitar actualmente. Junto al río, en el paraje conocido como La Pradera, se está recuperando el antiguo molinero harinero de origen árabe y reconstruido por el Concejo de Alarcón a finales del siglo XVI. A principios del XX perdió su uso original y pasó a formar parte de una central hidroeléctrica de la que aún hoy quedan algunas infraestructuras. La Pradera y otros enclaves junto al río como el del Puente de San Benito, algo más abajo siguiendo su curso, han sido los lugares de recreo elegidos por las gentes de aquí desde hace siglos. En las riberas, la tradición hortelana se sigue manteniendo y un par de veces al año también sigue pasando por aquí el último

rebaño trashumante vacuno que hace la trashumancia por la Cañada Real de Andalucía que atraviesa estas tierras.

El tiempo parece de otra época en este territorio de la Ribera del Júcar. Tal vez sea el río el que apacigua y amortigua, o los pinos junto a las viñas calentados al sol los que animan a pararse y a mirar despacio este paisaje. No sé… pero uno siempre vuelve alegre y calmado después de viajar por esta tierra.

Óscar Checa

Licenciado en Ciencias de la Información (Periodismo) por la Universidad Complutense de Madrid, ha desarrollado su carrera siempre en el sector del periodismo turístico. Ha trabajado en agencias de comunicación especializadas además de haber creado la suya propia y haber trabajado como responsable de prensa en la Oficina Española de Turismo en París. También es Experto en Periodismo Gastronómico y Nutricional (UCM) y autor de varios manuales para los cursos de la Cátedra Ferran Adrià de Cultura Gastronómica y Ciencias de la Alimentación de la Universidad Camilo José Cela. Es coautor y editor de guías de viajes de la colección Cartoville y GeoGuide de la editorial francesa Gallimard. Actualmente colabora con diferentes medios especializados en viajes y gastronomía y Presenta el programa 'Escapadas' de Radio 5-RNE. Es el responsable de comunicación de Rutas del Vino de España-ACEVIN.

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