Reportajes

Navarra: De piedras y vinos

Esta historia comienza, como tantas otras, con los romanos. Sus fuentes nos dicen que ya antes del siglo II a.C. habían levantado una ciudad en el norte de la Península Ibérica, en el territorio de lo que acabó siendo la subdivisión provincial de Caesaraugusta, dentro de la provincia Tarraconense, en un importante cruce de caminos, entre las actuales Jaca, Logroño y Pamplona.

Fotos: OCHA / Turismo Navarra

Se trata de Andelos, o Andelo, que parece ser la denominación más acertada. En realidad, su origen está en un asentamiento vascón de la Edad de Hierro que acabó asimilando la cultura romana (no lo quedó otra…) y se convirtió en una ciudad estipendiaria de Roma. Andelo destacó por su sistema de abastecimiento de agua, y aún se conservan restos de la antigua presa, el acueducto y el castellum aquae, el depósito que servía para distribuir el agua a la población. Bien, pues para defender esta ciudad se creó un asentamiento militar a unos kilómetros. Y ese sería el origen de Artajona, la localidad en la que acabamos de entrar.

Hoy, de romano queda poco aquí y los ojos se llenan de torres y murallas que nos trasladan directamente a la Edad Media. Y sí, el conocido como Cerco de Artajona, del siglo XII, es el mejor y más completo recinto amurallado de la actual Navarra. De los catorce torreones bestorres que se repartían por la muralla, hoy se conservan nueve.

El castillo, que también lo tuvo Artajona, es el elemento ausente. En él vivió Doña Urraca, hija de Alfonso VII de León y Castilla, que se casó con el rey de Pamplona García Ramírez en 1144. Éste le entregó en arras algunas villas, entre ellas Artajona, y cuando el monarca murió unos años después, Urraca siguió gobernando de manera independiente, vinculando su territorio a Castilla, por lo que Artajona fue, durante un tiempo, un reino dentro del propio reino de Navarra.

El agua y el vino

Falta el castillo, pues, en Artajona, pero no se echa de menos, porque el resto de patrimonio conservado apabulla. Sí se conserva parte del donjon, la torre del homenaje, en el que en el siglo XVI se construyó un nevero. Tenía una inscripción a la entrada que rezaba “Aquí se guarda el invierno para suavizar el verano”. Repartidos por distintos puntos en este suelo de roca de la colina donde crecen higueras y, en pequeños jardines aterrazados, un sinfín de caléndulas en este comienzo de otoño, también se tienen localizados antiguos pozos y aljibes en los que se acumulaba el agua.

Un agua que, en aquellos tiempos, se limpiaba y se depuraba con ayuda de anguilas. El mayor de estos aljibes está bajo la iglesia de San Saturnino, otro de los símbolos de Artajona. La primitiva, románica, también lo tuvo, pero cuando se construyó la actual, entre los siglos XII y XIII, se amplió dotándolo de una capacidad de 86.000 litros. Es una iglesia-fortaleza, gótica pero robusta, que cuenta con una cubierta con paseo de ronda que permitía vigilar el territorio y que hoy sirve de excelente mirador desde el que se divisa la propia villa a vista de pájaro y, en la lejanía, el Moncayo, Valdezcaray y Montejurra. Pero lo que la hace única es el sistema de bóvedas invertidas con el que se diseñó su tejado. Las lajas de piedra a modo de escamas forman una especie de embudos que conducen el agua hasta un canal exterior que la lleva directamente al aljibe.

El agua siempre ha sido esencial, no es ningún secreto, pero en otros tiempos, cuando no se podía conseguir de calidad, fue el vino la bebida más común. Bien es verdad que muchas veces también el vino dejaba que desear y se acababa por añadirle agua… A este respecto, los canónigos de Artajona hacían gala de la excelencia del vino de la zona, aduciendo, precisamente, que “no se mezclaba con agua”. En aquellos tiempos había más viñedo en los alrededores que ahora, pero desde el paseo de ronda de la iglesia de San Saturnino vemos una primera viña: es uno de los viñedos de Reyno de Artajona, una de las bodegas más singulares de la zona. Esa singularidad deriva de su propia historia, pues fue una de las primeras cooperativas vitivinícolas de Navarra, creada en 1936 y fundamentada en el viñedo de Garnacha.

Cerró en los años noventa pero, después, modernizada y con nuevas plantaciones que incluyen otras variedades, ha vuelto a ponerse en marcha, esta vez como bodega y no como cooperativa, aunque el proyecto sigue con el espíritu de unión de productores con el que fue creado y, además de vino, también se elaboran productos como pimientos, queso, chistorra y pastas y pan en un horno artesano. Todos esos productos se pueden degustar en su nuevo espacio de visitas, pensado, justamente, para el enoturismo, y que constata el nuevo camino iniciado por la bodega. Dos grandes fotografías decoran la sala que antes fue nave de depósitos: una vista del Cerco y uno de los conjuntos de dólmenes de la zona. Con ellas queda claro el binomio patrimonio-vino por el que Reyno de Artajona apuesta.

La fascinación de Olite

Ese binomio lo encontramos también en Olite, en diferentes bodegas y otros establecimientos, la Ruta del Vino de Navarra y hasta en la portada de la iglesia de la iglesia de Santa María la Real, que es la fachada gótica con mayor representación de elementos vitivinícolas de toda Europa. Sus arquivoltas están repletas de hojas de vid y de racimos de uvas, pero también encontramos caracoles y cervatillos que se comen las uvas, o guardaviñas.

El conjunto conserva parte de su policromía y vemos que, entre los racimos, los hay de uvas tintas y de uvas blancas. Estas últimas tal vez correspondieran a una variedad que, según se cuenta, trajo consigo el rey Teobaldo desde Francia, cuando llegó a Navarra como heredero del reino: la Chardonnay. Dicen que la portó desde Oriente, a la vuelta de una de las Cruzadas, pero lo más probable es que, si tuvo que ver con él, las varas llegaran de su tierra natal, la Champagne francesa. El caso es que desde hace casi mil años está por aquí, más que aclimatada y produciendo unos blancos exquisitos. En cuanto a las tintas que crecen en esta fachada de piedra bien pudieran ser Garnachas, una variedad que desde hace tiempo identificó a este territorio y que ahora vuelve a reivindicarse en las elaboraciones de los vinos navarros. También ocurre lo mismo con los rosados, elaborados con esa Garnacha, potenciados por su frescura y perfectos para el tipo de consumidores actuales.

El conjunto palacial

El gusto por un tipo de vino u otro va cambiando con el tiempo pero la atracción y la opinión sobre Olite permanece unánime: gusta a todos. Todo gira alrededor del conjunto palacial, una fantasía medieval de torreones, fosos, arquerías, terrazas y chapiteles, levantada como recinto cortesano más que defensivo, en donde está integrada esta iglesia de Santa María l a Real. Olite fue, en tiempos, la sede del reino navarro y su palacio se hizo famoso por el lujo que albergaban sus estancias: muros con arte mudéjar, pinturas, cerámicas esmaltadas y yeserías; artesonados dorados; tapices de Chipre y Turquía… Por tener, tenía hasta un jardín en altura con naranjos, limoneros, granados y rosales de Alejandría (plantas exóticas y raras en aquel siglo XIV), además de una estancia con leones, camellos, jirafas y aves de países africanos y de oriente. El ideador de todo eso fue Carlos III ‘el Noble’, otro monarca de origen francés, aunque mucha de la culpa la tendría la que se convirtió en su esposa, Leonor de Trastámara, que habría expresado su deseo de tener un gran palacio.

La Torre del Chapitel

Carlos III también es el responsable de la instalación de un reloj en la que se conoce como la Torre del Chapitel, torre de ‘la queda’ o torre del reloj, y que es una antigua torre del recinto amurallado romano y medieval, que sirvió también de casa del mercado. Durante el medievo, esta casa del mercado existía en localidades de cierta importancia y estaba destinada a almacenar todos los productos que llegaban para ser vendidos con las medidas del rey (que se llevaba un porcentaje, claro). Pero bueno, volviendo al reloj: fue uno de los primeros relojes públicos de los reinos peninsulares y lo construyó el relojero del rey, el parisino Thierry de Bolduc. Junto al reloj se colocó una campana que marcaba las horas a los habitantes de Olite, aunque también servía para señalar otros servicios importantes: indicaba a los regidores y a los vecinos el momento de dar comienzo las sesiones del Concejo y todas las noches daba cuarenta campanadas, ‘el toque de queda’, para avisar del cierre de los portales de las murallas.

Bodega tipo château

A las afueras de Olite está Pagos de Araiz. Estoy pensando que esta bodega tipo château  hubiera sido del gusto de Carlos III y de Leonor, pues tiene una colección de arte impresionante, una filosofía innovadora y unos vinos genuinos y de calidad. Dicen en Pagos de Araiz que su futuro “pasa por los sueños”, que “soñando cómo se quiere llegar a ser se va descubriendo cómo conseguirlo”. De momento esos sueños les han llevado a ser unas de las bodegas más reconocidas de Navarra, abierta también, claro, al enoturismo. Todo lo que se ve desde la pequeña loma donde se levanta el edificio de ladrillo de la bodega son viñedos, plantados de una manera u otra, con una variedad u otra, según el tipo de suelo y la orografía. El paisaje interior es igual de fascinante: un pasillo flanqueado por estatuas góticas de apóstoles y santos da la bienvenida en el recorrido enoturístico, que poco después sorprende con obras de Barceló o Sempere.

De vuelta a Roma

La última etapa de este viaje nos lleva más al este, a la comarca de Sangüesa. Aquí está Eslava, un pueblo de poco más de cien habitantes que apuesta por el vino y el enoturismo y que guarda una potente carta: la ciudad romana de Santa Criz, uno de los yacimientos arqueológicos mejor conservados de Navarra y también de los más curiosos e interesantes. Está en lo alto de una colina repleta de vegetación, donde llama la atención ver aparecer columnas y paredes de sillares que corresponden a lo que sería el foro de la ciudad.

Una ciudad de la que, por cierto, no se conoce el nombre original. Se le acabó llamando Santa Criz por una ermita que existió cerca y que estaba advocada a la Santa Cruz. Los lugares en los que se encontraban restos arqueológicos acaban relacionados con eso o con Santa Elena, por ser considerada la ‘precursora’ de la arqueología al ser la primera persona que llevó a cabo la búsqueda de los restos de la cruz de Cristo.

El caso es que en este lugar se plantó Roma y levantó una espléndida ciudad sobre el antiguo castro vascón que ya existía. El lugar no fue elegido al azar, claro, pues el mismo castro contaba ya con una ubicación excepcional en lo alto del cerro y cerca del río Indusi. Desde aquí arriba se controlaba el valle de Aibar y el del río Aragón, y era la zona de paso en la vía Iacca-Vareia, que unía Jaca y Logroño. El yacimiento fue descubierto en 1917 pero hasta bien poco no se comenzaron las excavaciones. Hoy está a la vista parte de foro, la plaza pública, la parte noble de toda ciudad romana, donde tenía lugar la vida comercial, jurídica y religiosa.

De aquí se han extraído interesantes elementos que, junto a los encontrados en la parte de la necrópolis, forman la exposición-museo instalada en el pueblo. Junto a ella está la Bodega Eslava. Se creó en 1939 también como cooperativa, con 88 socios fundadores, todos viticultores. Hoy solo son 14 pero suficientes para mantener viva la actividad vitivinícola y luchar contra la despoblación.

El enoturismo es parte fundamental del nuevo proyecto iniciado con la cosecha del 2021 y está ligado directamente con el yacimiento de Santa Criz. Junto a la excavación se organizan parte de las catas y degustaciones de su vino, Paraje de Guezari, un vino de Garnacha procedente de una zona excepcional para el cultivo en secano de la vid, con parcelas de más de cuarenta años de edad. Las particularidades de la baja montaña, el suelo pedregoso (saso) de estas parcelas y la propia variedad Garnacha, “honrada, perfecta transmisora del territorio donde ha sido cultivada”, hacen de este vino algo muy singular. Poder degustarlo frente a las ruinas de una ciudad romana hacen de él algo aún más peculiar.

Por las Bardenas Reales

Dicen que la DO Navarra es un compendio a escala de la España vinícola puesto que aquí se pueden encontrar todos los tipos de zonas y suelos, desde la montaña a los valles pasando por las zonas áridas. Entre estas últimas hay una que es única y verdaderamente espectacular: las Bardenas Reales. Las bardenas son un espacio semidesértico donde la geología de arcillas, yesos y areniscas se convierte en arte. El territorio está declarado Parque Natural y Reserva de la Biosfera y, manteniendo la tradición, su explotación, aprovechamiento y beneficio se concede a distintos entes o municipios ‘congozantes’. Desde el punto de vista de la agricultura tampoco es que estas tierras den mucho, pero la tradición y el orgullo bardenero pueden más, y en las zonas menos áridas incluso podemos ver algún viñedo. Los paisajes delirantes y la historia geológica es lo que ha acabado atrayendo el turismo a un lugar en el que hasta hace poco solo se veía algún pastor y los agricultores que labraban el suelo polvoriento. Muchos llegan ahora solo por hacerse la foto, ya se sabe, pero merece la pena dedicar más tiempo, atención y mimo a este espacio único, tremendamente frágil y delicado.

 

 

 

Óscar Checa

Licenciado en Ciencias de la Información (Periodismo) por la Universidad Complutense de Madrid, ha desarrollado su carrera siempre en el sector del periodismo turístico. Ha trabajado en agencias de comunicación especializadas además de haber creado la suya propia y haber trabajado como responsable de prensa en la Oficina Española de Turismo en París. También es Experto en Periodismo Gastronómico y Nutricional (UCM) y autor de varios manuales para los cursos de la Cátedra Ferran Adrià de Cultura Gastronómica y Ciencias de la Alimentación de la Universidad Camilo José Cela. Es coautor y editor de guías de viajes de la colección Cartoville y GeoGuide de la editorial francesa Gallimard. Actualmente colabora con diferentes medios especializados en viajes y gastronomía y Presenta el programa 'Escapadas' de Radio 5-RNE. Es el responsable de comunicación de Rutas del Vino de España-ACEVIN.

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